martes, 28 de febrero de 2017

La Transfiguración


La transfiguración es un estado complejo pero sublime, que activa elevados poderes y energías en el ser humano. Estas energías son en principio de una naturaleza devota, pero contienen asimismo estados de euforia, especialmente si están relacionadas con la experiencia de, por ejemplo, la belleza de la naturaleza o de la música magistralmente compuesta. Este estado es a la vez apacible y chispeante de euforia, es meditación y acción. No se limita a un efecto inmediato, sino que se expande y ocasiona fenómenos celestiales a través de la resonancia,

largo tiempo después de que su causa haya desaparecido. Deja una intensa sensación de euforia psicológica, un elevado sentimiento de alivio interior. La transfiguración es una de las experiencias humanas más valiosas, ya que su contribución a la creación de una personalidad armoniosa, es única.

En la tradición Tántrica, la transfiguración se considera como una expresión de resonancia con las más elevadas energías del Universo. A través de la transfiguración, los elementos de la realidad exterior alcanzan dimensiones cósmicas, y estos elementos se vuelven manifestaciones de un principio subyacente, que sostiene permanentemente su existencia. El estar por completo conscientes de este principio subyacente, conduce a determinadas formas de éxtasis, y puede inclusive conducir a Samadhi. Transfigurar significa comprender el hecho de que la realidad exterior posee un sentido más profundo, espiritual, a través de le elevación de lo ordinario hacia lo extraordinario. De este modo los elementos de la realidad exterior se vuelven refinados, enriquecidos, y adquieren un nuevo significado espiritual, cósmico; especialmente para aquellas personas que comprenden correctamente el proceso de la transfiguración. La transfiguración juega un papel esencial como fuerza directriz en el relacionamiento tántrico.


Transfiguración

El hombre es la más elevada de las criaturas.

La mujer es el más sublime ideal.

Dios ha creado para el hombre un trono, para la mujer un altar.

El trono exalta, el altar santifica.

El hombre es el cerebro – la mujer el corazón.

El cerebro recibe luz, el corazón recibe amor.
La luz fecundiza, el amor resucita.
El hombre es fuerte por la razón, la mujer es invencible por sus lágrimas.
La razón convence, las lágrimas tocan (ablandan) el alma.
El hombre es capaz de cualquier heroísmo, la mujer, de cualquier sacrificio.
El heroísmo ennoblece, el sacrificio convoca lo sublime.
El hombre tiene el predominio, la mujer la intuición.
El predominio significa la fuerza, la intuición representa la justicia.
El hombre es un genio, la mujer un ángel.
El genio es inconmensurable, el ángel es inefable.
La aspiración del hombre es hacia la gloria suprema, 
la aspiración de la mujer es hacia la perfecta virtud.
La gloria hace a todo grandioso, la virtud vuelve a todo divino.
El hombre es un código, la mujer es un evangelio.
El código corrige, el evangelio nos hace perfectos.
El hombre piensa, la mujer infiere.
Pensar significa tener un cerebro superior, inferir, 
significa tener la gloria en la frente.
El hombre es un océano, la mujer es un lago.
El océano tiene la perla que le adorna, el lago, la luz que lo ilumina.
El hombre es un águila en vuelo, la mujer, un ruiseñor que canta.
El volar significa dominar el espacio, el cantar significa conquistar el alma.
El hombre es un templo, la mujer un altar.
Delante del templo, descubrimos nuestras cabezas, delante del altar, nos arrodillamos.
El hombre se sitúa donde acaba la tierra, la mujer, donde comienza el cielo.







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